La carrera por la vacuna contra el Covid-19, ha puesto de manifiesto que las grandes inversiones en I+D, las mejoras en los laboratorios y la contratación de personal experto (entre otros factores) han sido claves para que, en tiempo casi record, se dispongan de varias vacunas que, en otras circunstancias, habrían tardado años en desarrollarse. Incluso la complejidad de la logística de algunas de ellas (como por ejemplo la de Pfizer por la necesidad de que se guarde en condiciones de ultracongelación) se salva gracias a los avances derivados de la investigación.
El sufrimiento por el duro ataque del virus y la esperanza y apuesta decidida por alcanzar pronto una solución, que nos permita volver a nuestra ansiada “vida normal”, ha provocado que todos los agentes con una función clave en esta crisis sanitaria (instituciones públicas y privadas, empresas, sanitarios, investigadores y sociedad en general) hayan reclamado y puesto en valor la importancia de la investigación en nuestros días. La investigación es necesaria para avanzar en el desarrollo de cualquier disciplina: sanitaria, técnica, científica, social o humanística. Los avances obtenidos en cada una de ellas ponen de manifiesto que la ciencia y la investigación van de la mano para contribuir en la mejora de la calidad de vida.
Todo ello ha generado un reconocimiento a la investigación y ha puesto de manifiesto la necesidad de dedicar más recursos a la misma. Pero la investigación suele estar asociada a procesos muy caros, lentos y con una elevada incertidumbre. Son muchas las investigaciones que se inician que no llegan al resultado esperado, o que ni siquiera alcanzan resultados. La perseverancia en la investigación, el uso del método científico y la disponibilidad de los recursos y apoyos necesarios favorecen alcanzar algunos éxitos innovadores.
Las empresas más pequeñas pueden verse perjudicadas en este proceso, ya que la inversión en I+D suele requerir complejas infraestructuras, trabajadores cualificados y cierta capacidad para poder compensar los costes y los riesgos asociados. Los acuerdos de colaboración, la formación de redes o la colaboración con instituciones públicas (como por ejemplo, universidades o centros de investigación), pueden ser una alternativa viable para que no pierdan la carrera de la innovación.
Las empresas que inviertan en I+D y sean capaces de desarrollar capacidad innovadora podrán alcanzar importantes ventajas competitivas que les permitirán mejorar su posición y crear valor. Crear valor o generar riqueza no solo es alcanzar mayores beneficios para la empresa sino que debe implicar que todos los agentes se vean compensados por su participación en la generación de esas rentas; desde el trabajador consiguiendo un salario más acorde con sus capacidades, hasta el cliente/consumidor adquiriendo productos que se adapten mejor a sus necesidades, de mayor calidad y a un precio competitivo, pero también proveedores, acreedores y el Estado como garante del marco institucional que lo hace posible. En definitiva, el actual reconocimiento de la sociedad a la importancia de la innovación, aunque tardío y derivado por las circunstancias, vuelve a poner de actualidad las aportaciones de Schumpeter de principios de siglo XX: INNOVAR ES CREAR VALOR.
Firmado: Marisa Ramírez Alesón
(Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor)